lunes, 19 de julio de 2010

La noche de los cinco enchufes



Mañana Lunes es mi primer día de trabajo, así que en honor a ello mis compañeras de piso y yo hemos decidido salir a tomar unas cañas y celebrarlo. Por supuesto no volveremos tarde, mañana madrugamos y yo todavía tengo una larga lista de cosas por hacer. Quiero dejarlo todo listo para mañana: ducharme, alisarme el pelo, decidir qué voy a ponerme, cocinar algo para llevarme en un táper, y sobre todo, cargar el móvil que casi está sin batería y cuya alarma tiene que despertarme! A parte de todo esto, me gustaría dormir bastante para llegar al trabajo con la mejor cara posible.


Lamentablemente, los planes nunca salen como tú quieres.

Tras unas cervezas y un par de coca colas nos hemos dado cuenta de que se nos ha hecho un poco más tarde de lo que pensábamos, así que decidimos volver a casa. Ya son más de las once y yo todavía tengo bastantes cosas que hacer por lo que mi propósito de dormir suficientes horas queda anulado. Al llegar a casa y soltar las llaves en la entradita, nos percatamos de que la luz de la entrada no enciende.

-Mie***, se ha fundido la bombilla!-

Probamos con la del salón; tampoco va. Mientras, una de mis compañeras le da a la del baño al mismo tiempo que la otra se dirige al cuadro de luces. Efectivamente: había saltado el diferencial. Al parecer el culpable era la combinación de tener 2 de las 3 calefacciones encendidas al mismo tiempo…demasiado tocino para tan poco puchero. Ingenuas de nosotras y creyendo que la cosa se solucionaría así de fácil, empujamos de nuevo el interruptor hacia arriba para ver esperanzadas como las luces de la casa comienzan a encenderse una tras otra. Con el problema solucionado (o eso pensábamos nosotras) yo me meto en el baño y empiezo a desvestirme para darme una ducha, mientras mis dos amigas se dedican a cocinar algo rápido para cenar y acostarse. Destino caprichoso, el que quiso que el interruptor de la luz volviera a saltar cuando justo acababa de meterme en la ducha y empezaba a mojarme el pelo.

Grité con fuerza cuando el agua calentita de la ducha se convirtió en agua helada y me quedé a oscuras en el baño. Esperé mientras oía el –ya va, ya va- de mi compi que se disponía a repetir la acción anterior que tanto éxito había tenido la primera vez. El agua salió lo justo para abrasarme la espalda y volverse a quedar todo a oscuras.

Con el buen humor con el que uno afronta estas situaciones, salí del baño con el pelo medio enjabonado, los ojos llenos de champú y el albornoz para encontrarme a mis dos compis con cara de no entender nada y alumbrando con el móvil directamente al cuadro de luces. Tras deliberar unos minutos, llegamos a la conclusión de que la solución sería apagar las calefacciones y repetir la operación anterior. Lo hicimos, y nuestro éxito duró exactamente 2 segundos. La cosa iba de mal en peor. Ahora, el interruptor ya no solo saltaba casi instantáneamente, sino que ni siquiera se quedaba arriba.

Nos quedamos mirando el interruptor sin decir nada durante un par de minutos, para luego mirarnos entre nosotras desconcertadas…...



Fué aquí cuando todo empezó.




1. -Etapa de nerviosismo: En la que todo se toma a broma.
Al principio nos dio la risa floja. Mirábamos el interruptor y empezamos a reírnos por la situación. Era evidente que en un piso como aquel tarde o temprano fallaría el cuadro de luces…menuda sorpresa! Empezamos a inspeccionar como estaban distribuidos los interruptores mientras la tercera de nosotras buscaba un buen puñado de velas para alumbrar, y la inspección nos llevó de cabeza a la segunda etapa:

2. -Etapa de positivismo (más conocida como “esto lo arreglo yo”):
Llegamos a la conclusión de que en ese cuadro había muy pocos interruptores para una casa con 6 habitaciones. Un piso como el nuestro no debía tener solo 4 interruptores; así que en un alarde de intelectualidad deductiva (leyendo las anotaciones escritas con rotulador debajo de cada palanquita) supusimos que el aparato en cuestión lo había instalado alguien que 1. estaba borracho o 2. sabía igual o menos que nosotras de electricidad, puesto que tres de los interruptores correspondían a las calefacciones y el otro, al resto de la casa; por lo tanto no había manera humana de encender la cocina y el baño sin encender también el resto del piso. Una de mis compañeras apareció entonces con un destornillador dispuesta a abrir el cuadro para ver qué había debajo. Para ser sincera no me pareció muy buena idea, tal vez fuera por el cartel de “no manipular” en letras rojas al lado del tornillo; pero no hubo forma de pararla. Un entramado de cables sin sentido apareció debajo de la tapita de plástico que hacía de base del cuadro de luces. Paré la mano de ella justo cuando se disponía a tocar los cables y con un poco de insistencia, la convencí para que buscáramos otra solución. Eran ya más de las doce de la noche.

Apagamos las calefacciones y desenchufamos todo lo que se podía desenchufar en una casa. El resultado no fue diferente de los anteriores.

3. -Etapa de incertidumbre (o nosequecoñohacer):
Las caras de ¿y ahora qué hacemos? Empezaron a florecer. Hicimos balance: Domingo, 12 de la noche, un piso sin luz, una nevera llena de comida congelada y 3 chicas que deberían estar listas para irse a dormir deliberando frente a un cuadro de luces con encefalograma plano desde hacía ya casi tres cuartos de hora.
Por fin una de nosotras dijo lo que todas estábamos pensando. “Hay que llamar a un electricista”.
A ver, recapitulemos: Domingo, 12 de la noche. No hay que ser muy espabilado para imaginarse cuánto iba a costar levantar a un tío de su cama y hacerlo venir a casa.

-“Hay que llamar antes a C.” (la casera)
-¿Cuándo dices “llamar” quieres decir “despertar”, no?
-Llamar/despertar, lo que sea, pero esto hay que arreglarlo o la comida se va a echar a perder.

Mientras tanto, el tiempo iba pasando y nos acercábamos peligrosamente a las 12.30-12.40 de la noche. Lo que me llevó a la siguiente etapa:

4. -Etapa frustración:
-Yo me tengo que duchar todavía…y secarme el pelo…y pasarme las planchas…y hacerme la comida para mañana…y cargar el móvil... ¿qué hacemos? ¡No me va a dar tiempo a descansar y mañana es mi primer día!

Mientras yo corría de un lado a otro con una vela sin saber qué hacer; una de las chicas llamaba a la casera mientras la otra intentaba buscar el número de un electricista de urgencias para pedir presupuesto. Tres llamadas más tarde, nuestra casera se despertó y nos dijo que iba a llamar a la compañía de seguros para que viniera alguien, y que nos volvería a llamar en cuanto supiera algo. Ahora éramos 3 chicas en pijama (una en albornoz) sentadas en la entrada de un piso alrededor de un teléfono móvil, alumbrándonos con velas y mirándonos las caras.

Decidí, en un acto de heroicidad para-conmigo, ducharme con agua fría en un intento de dar la mejor impresión posible al día siguiente. No lo hagáis; por experiencia os digo que vale más dar una mala primera impresión que morir en el intento.

A mi salida tiritando del baño, nuestra casera todavía no había llamado. El teléfono sonó al mismo tiempo que el reloj del salón cantó la una de la madrugada. La dueña del piso nos dijo que enviarían un electricista de guardia y que lo cubriría el seguro, pero que el hombre tenía más urgencias esa noche y que no llegaría hasta “una hora más tarde, puede que dos”.

Nos miramos las caras de nuevo, y volvimos a la etapa número uno. A pesar de mi tiriteo yo ahora solo necesitaba un enchufe que funcionase para intentar secarme el pelo y no morir de un constipado. Por primera vez, decidimos hacer algo que no habíamos hecho hasta ese momento: salir fuera. Una de nosotras, recordaba haber visto un enchufe en algún rincón del portal; si lo encontrábamos, tal vez podría enchufar el secador y secarme el pelo sin despertar a nadie.
Salimos de exploración, dos en pijama y yo en albornoz y con la toalla en la cabeza. Lo del enchufe en el portal resultó ser una leyenda urbana al más puro estilo de “Ricky”, pero en su lugar, encontramos una puerta que al abrirla mostraba unas escaleras que se perdían en la oscuridad. Bajamos un pelín desconfiadas (más por las arañas que por otra cosa) para encontrar al fondo del todo un enorme cuadro de luces con los contadores de cada vivienda y en la pared del final, en una esquina, un enchufe.

Nos alegramos mucho, yo la que más, y corrí escaleras arriba para coger el secador del pelo, cuando una de mis amigas me cerró el paso.

-Espera P.-me dijo. –Tengo una idea mejor.

Tras decir esto salió corriendo en plan superhéroe para volver unos minutos más tarde tropezando con lo que parecía ser un cable muy largo. Cuando se acercó pude cerciorarme de que no era uno sino 5 alargadores. Todos los alargadores de la casa y de los dormitorios estaban allí y con mucho trabajo, los fuimos enganchando uno a otro hasta hacer un caminito cuanto menos discreto por en medio de todo el portal hasta casa.

Ahora teníamos 5 enchufes, solo había que decidir qué íbamos a enchufar. Esa noche, la comunidad de vecinos invitaba.

Tras una ardua discusión las elecciones fueron: La lámpara de pie del salón, mi móvil, la estufa, mi secador y el portátil de una de ellas, en el que vimos los Simpsons online hasta que terminé de secarme/plancharme el pelo a más de las dos de la mañana. El enchufe de la nevera no fue posible.


5. -Final de la noche (o etapa de “yo me debería acostar primero porque…”):

Ya que iba a ser mi primer día de trabajo, se me permitió irme a dormir antes que nadie.


Jamás vi al electricista que, al parecer, llegó casi a las 3 de la mañana para apretar un tornillo y decir que volvería a la semana siguiente.


Dormí 4 horas, y llegué 10 minutos tarde al trabajo con el pelo como un caniche y habiéndome maquillado en el metro.


La factura del electricista fueron 150€……..



…….y el diferencial sigue saltando cada vez que enchufamos la calefacción.


P.

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