martes, 24 de agosto de 2010

La batalla de los Cines Callao (o como dar algo gratis puede resultar peligroso)


Siguiendo con mi trabajo como imagen del Centenario de Gran Vía, mi jefa acaba de transmitirme que hoy me trasladan a otro emplazamiento de la ciudad de Madrid. De hecho, el emplazamiento está muy lejos de ser normal, puesto que si antes me encontraba en plena Gran Vía ahora me han trasladado a mí y a mi puestecito de llaveros al "main center" de la plaza del Callao: los cines Callao. Por lo visto el ayuntamiento de Madrid está celebrando unas jornadas de cine clasico gratuitas con motivo del centenario.


Si, gratuitas.


Esta fue la palabra que me heló la sangre; porque por si no fuera ya bastante el hecho de intentar defender una minúscula mesa llena de llaveros y lapicitos sin que nadie se lleve nada, ahora tengo que hacerlo en un lugar donde la gente entra gratis. Eso en la capital significa miles de personas pegandose tortas por coger algo sin soltar ni un duro y empujandose para conseguir un asiento en algo para lo que probablemente nunca hubieran considerado pagar.

Y en el centro de todo ese hervidero: yo con mi disfraz de cucaracha.

Me dijeron que tenía que estar alli sobre las 6 y que tendría que quedarme hasta las 10 más o menos que es cuando la película de turno terminaría. Tendría que hacer esto durante 5 lunes seguidos hasta que el "festival" se diera por concluído. Al llegar, los trabajadores del cine me reciben con sonrisas y me enseñan las instalaciones. Esto, debo decir, es la parte que más me gusta de este trabajo puesto que puedo ver cosas que la gente normal no podría. Los cines Callao son fascinantes por dentro y un edificio histórico memorable y nada comparable a los multitudinarios Yelmo y cosas así que aunque muy prácticos, en mi opinión le quitan al cine ese aire de lugar mágico que solia tener y que este edificio todavía conserva.

Justo frente a la entrada, un escritorio de oficina con 4 cajas enormes detrás. Porsupuesto, me tocaba montar el chiringuito antes de que la multitud apareciera en escena, así que me puse a ello. Nada más abrir las cajas y empezar a poner cosas encima, me di cuenta de que esta mesa era ligeramente más pequeña que la que yo solía tener y de que me habían enviado bastantes más articulos para la venta. Yo era consciente de que mis horas invertidas jugando al tetris algún día darían su fruto y mientras encajaba los llaveros, postales, lápices, tazas y demás tonterías del centenario, la gente se iba agolpando tras las puertas de cristal que mis nuevos compañeros del cine intentaban mantener cerradas hasta que fuera la hora. De repente, la encargada del cine sale de la oficina con cara de haber visto un fantasma y nos da la noticia. Debido a la pelicula de hoy "La Violetera" de Sara Montiel, la actriz ha decidido asistir al evento. Casi no le dió tiempo a terminar esta frase cuando vemos, entre la multitud, una avalancha de cámaras y micrófonos pegados a sus respectivos periodistas que se hacían hueco entre la multitud a la espera de una declaración de la actriz.

Discreción ante todo.

La expectación aumentaba. La gente empezó a preguntarse el porqué de tanta cámara y no tardarían mucho en encontrar la respuesta. Varias caras conocidas empezaron a aparecer por la plaza. Apellidos como Patiño o Mariñas brillaban con luz propia entre una multitud de jubilados que se sentían como en una nube al estar en "el centro de la noticia"; y mientras yo, miraba mi puestecito tan bonito y ordenado intentando memorizar la cantidad de cada cosa para poder saber cuantas pérdidas tendría al finalizar la jornada.

Las puertas se abrieron con el sonido del infierno, y lo que a mi me pareció la asociación mundial de la tercera edad entró en avalancha al vestíbulo del cine.




Fue entonces cuando se abrió la veda.




Bastones, rulos y bolsos de flores campaban a sus anchas por un teatro en el que sus trabajadores luchaban con todo lo que podían para poder controlar el aforo. Por mi parte, yo hacía todo lo que podía para mantener mi puesto en pie. Pasaban por mi lado, lo tocaban todo y cuando intentaba cobrarle a alguien, tres manos mas aparecian de la nada cogiendo más cosas. Intenté ser amable y sonreir todo lo que pude, pero eran demasiados y yo no tenía refuerzos. Uno de ellos me dijo: "pues chica si no sabes defender tu puesto tu sola no deberían haberte dado este trabajo". Más tarde me percaté de que mientras me decía esto se había llevado dos postales "por la patilla". La gente seguía entrando al cine y yo temía por la seguridad del mismo. Lo tocaban todo y no compraban nada.

-¿Es gratis? - me preguntaban sin cesar.
-No.-decia yo sonriendo mientras pensaba "¿¿Acaso no veis los precios??"

Entonces, la prensa tuvo su golpe de suerte y el acabose comenzó. La señora Montiel hizo su aparición junto a sus hijos y un par más de personajillos del mundo del corazón. La prensa enloqueció; los jubilados se alborotaron; los bastones volaban de alegría y allí no se sentaba ni el tato. Los trabajadores del cine luchaban sin éxito intentando hacer a la gente entrar en la sala; puedo jurar que incluso vi a uno casi amenazando a un grupo de señoras que se asomaban desde la barandilla de la escalera a punto de caerse para ver lo que estaba pasando.

Una señora comenzó a preguntarme por los precios de todo sin nisiquiera mirarme a la cara. A lo que yo respondí:

-Mire señora, la pelicula tiene que empezar y usted tiene que entrar en la sala así que si no va a comparme nada no haga el teatro de que está interesada y haga el favor de ocupar su asiento.

Tras tirarme un llavero a la cara, conseguí que -aunque indignada- entrara en la sala y poco a poco mis compañeros hicieron lo mismo con los demás.


Ni siquiera pude ver a Sara Montiel. La lleveban en el centro de una multitud de periodistas y mujeres mayores que le gritaban lo guapa que estaba desde lejos. La pelicula comenzó una hora tarde porque tuvo que firmar el programa a un centenar de personas que no la dejaban sentarse si no lo hacía y que, según declaraciones de los acomodadores, casi la tiran al suelo.

El vestíbulo de los cines Callao mostraba la imagen de una guerra recién terminada. Posters de peliculas arrancados en el suelo, pisadas por todas partes, basura y marcas de baston por toda la moqueta. Mi puesto no reflejaba un aspecto mejor. Las postales estaban por el suelo, no quedaba ningún precio en su sitio y juraría que había menos llaveros de los que yo había vendido...



...aún así sobrevivimos.



Después de todo, la tarde no se dio tan mal. Durante la pelicula volvimos a montar el teatro y lo dejamos bastante presentable.A la salida, vendí más cosas de las que había vendido nunca y tras el inventario, mis perdidas solo ascendían a 4 postales y 2 llaveros, lo cual no estaba tan mal viendo la situación. Además, gracias a Sarita Montiel, el ayuntamiento de Madrid acabó pagandome 2 horas extras; las mismas que tuvo de retraso la pelicula.



Aun así, no se si lo volvería a repetir.





Una vez mas, los jubilados ganan el asalto.



P.

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